Las palabras inventadas y sus definiciones dejaron de cubrir la creciente demanda interna de ironías por la que pasaba a mediados de los 90.
Esta situación me obligó a recurrir a una "ampliación de capital" expresivo . Comencé a construir frases, dejando que las palabras se buscasen para combinar sus sonidos; organicé series y categorías y puse a cada cual en su sitio.
Así nacieron los Afonismos, que tenían tanto de aforismos como de afonías.
El nuevo documento (también de bajo coste), firmado por Anónimo Fernández, prometía más que los anteriores y, de hecho, a punto estuve de pagar por editarlo. Pero la editorial, tras las primeras conversaciones, dejó de enviar señales y nunca supe si había quebrado o si "ni pagando". Preferí no preguntar.
La producción de Afonismos se paralizó y todo quedó en un montón de palabras. Anónimo se retiró momentáneamente y, desde su anonimato en el país de las ocurrencias, sueña con un resurgir del género afonístico que con tanto esmero cultivó.