Según el Centro de Investigaciones Sociológicas, el tres por ciento de los españoles desea ocupar un cargo político. No nos extraña, entonces, que la competencia entre los candidatos sea tan feroz: "son tantos los llamados y tan pocos los elegidos ..."
De ellos, conocemos sus palabras - con las que tratan de convencernos - pero no sus verdaderas intenciones. No sabemos si el "cargo" al que aspiran les parece un medio o un fin, pero todo parece apuntar a que consideran que el fin es el cargo y el medio para llegar a él las campañas electorales (preelectorales y postelectorales). La Política se ha convertido en el arte de la "campaña permanente": siempre alerta, siempre tratando de rentabilizar "políticamente" cualquier hecho o circunstancia. La Política se ha convertido en el arte no de hacer las cosas, sino de hablar de ellas: se afirma y se promete, se niega y también se promete, pero ni lo que se afirma ni lo que se niega llegará a realizarse.
No nos extraña que las campañas resulten agotadoras: los líderes "echan el resto", se esfuerzan hasta la extenuación, pierden la voz y hasta la salud. Son capaces de dar la vida en la batalla por la victoria electoral. ¿Es esto lo que queremos? ¿Tal derroche de energías? ¿Tal exhibición de ambición? ¡No! No les pedimos tanto. Con la mitad tendríamos, probablemente, más que suficiente ... si el esfuerzo lo hiciesen en otro sentido.
Los candidatos saben, sin embargo, que ganen o pierdan, dispondrán de tres años y medio para recuperarse. Si pierden podrán hacer recuento de las bajas y deserciones, rehabilitar a los "heridos", reparar las grietas "ideológicas" abiertas en la batalla, reclutar nuevos elementos y preparar nuevas estrategias para salir triunfantes en la próxima confrontación. Y si ganan, más o menos lo mismo: ¿repetir la estrategia que tan buenos resultados ha ofrecido o diseñar una nueva? No hay tiempo que perder.
¡Cuántas energías desperdiciadas, cuántas horas perdidas! ¡No! ¡No era esto lo que queríamos!
La Democracia quizá sea el mejor de los sistemas de gobierno conocidos, pero no es perfecto. Con el tiempo nos hemos ido dando cuenta, y eso que ya nos lo había dejado dicho Platón. El reto que nos planteábamos era difícil, pero estaba claro: construir un sistema mejor. ¿Lo habremos conseguido?
El ESTADO ALEATORIO es el nuevo modelo de Estado y su forma política es la Democracia Aleatoria. Los pilares sobre los que se sustenta son dos: la Democracia y la Suerte.
El poder ya no emana del pueblo: se le ha escapado. Pero él no lo sabe. ¿Qué pide este pueblo a sus gobernantes? Tener trabajo, no pagar tantos impuestos, disponer de una vivienda digna, poder estudiar, disfrutar de una pensión justa, recibir asistencia sanitaria, que haya paz ...
¿Y quién ofrece todas estas cosas? ¿Acaso hay alguien que no las incluya en su programa? Entonces, ¿qué diferencia a unos de otros? ¿La sonrisa? ¿La ideología? ...
En el Estado Aleatorio la elección del Presidente del Gobierno se lleva a cabo en dos fases: en la primera (fase democrática) el pueblo vota libremente a uno de los candidatos presentados. Los cuatro más votados pasarán a la segunda fase (aleatoria), en la que se realizará un sorteo. En un gran bombo se introducirán cuatro bolas, cada una con el nombre de uno de los candidatos finalistas. Una mano inocente (el Rey o la Reina, si los hubiere) extraerá una de las bolas: la que llevará el nombre del futuro Presidente.
Las ventajas de este nuevo sistema son claras: en primer lugar, se elimina, en gran parte, el clima de "campaña electoral permanente". Los candidatos saben que para gobernar no necesitan ni mayoría absoluta, ni ser los más votados por el pueblo; no necesitan esforzarse tanto, sonriendo y prometiendo, y guardan sus energías para los próximos cuatro años (no vaya a ser que resulten elegidos). Es la suerte la que decide. ¿Por qué no confiar en ella si nunca se equivoca? ¡Hasta tiene sus propias leyes!
La suerte no puede manipularse; las voluntades, sí. La suerte no engaña; los políticos, a veces, sí.
¿No creen que merece la pena intentarlo?
Y que Dios reparta Suerte.