martes, 28 de octubre de 2008

18 - LA CIUDAD DE LA MISMA HORA

¿Tiene hora, por favor? Voy a llegar tarde. ¡Cuánto tiempo sin verte! No me queda tiempo. ¿A qué hora nos vemos? ¡Cómo pasa el tiempo!
Nuestra vida gira alrededor del tiempo: su paso marca nuestra existencia como si ésta se desarrollase en un inmenso reloj. Un reloj que nunca se para hasta que, para cada uno de nosotros, se detiene definitivamente.
Todo es tiempo pero nunca tenemos el suficiente: ni para trabajar, ni para disfrutar, ni para comer, ni para dormir, ni para estar con la familia, ni para viajar ... Vivimos con prisa, con agitación. Todo nos urge. Parece que la vida se nos escapa con cada segundo. ¡Cada vez corre más este dichoso reloj!
La ciudad está llena de relojes: los hay en el lugar de trabajo, en las estaciones, en los bancos, en los gimnasios, en los parquímetros ...
Estamos sometidos a rígidos horarios: la hora de levantarse, la hora de abrir, la hora de cerrar, la hora de comer, la hora del té ... el horario del autobús, el horario del supermercado, el horario del colegio ...

¿Es que no hay ninguna posibilidad de salirse de este ritmo que nos envuelve y, muchas veces, altera; de este ritmo que nos sobrelleva? Pues claro que la hay: DETENER EL TIEMPO. Pero ...¿cómo?

Disponíamos de dos opciones: una, parar la Tierra, que con su interminable sucesión de noches y días es la que determina ese fugaz paso del tiempo; otra, hacer que su superficie se desplazase a la misma velocidad que ella en su movimiento de rotación, pero en sentido contrario.

La primera opción la descartamos por su extrema dificultad, así que nos decidimos por la segunda y, con la técnica como aliada, proyectamos llevar a cabo la mayor obra de ingeniería en la historia de la humanidad.

Unos larguísimos raíles recorrerían toda la superficie terrestre, la rodearían. Sobre ellos se colocarían unas gigantescas plataformas y en éstas se levantarían las nuevas ciudades. Poco a poco, las plataformas, desplazándose sobre los raíles gracias a unos potentes cohetes, adquirirían velocidad hasta igualar a la de la Tierra, pero en sentido contrario. Cuando llegase ese momento, el tiempo quedaría detenido. Siempre sería la misma hora: la una, las dos, las tres ...

La ciudad de los amaneceres, siempre amaneciendo, para los madrugadores; la ciudad de las puestas de sol, siempre inspiradoras, para los artistas. En la ciudad de los mediodías se instalarían los mejores restaurantes y en la de las medianoches los mejores espectáculos. Habría una ciudad para trabajar, llena de oficinas y una ciudad para dormir, llena de camas. También habría una ciudad para las eternas siestas. Una ciudad de la luz y otra de la oscuridad; una de largos veranos y otra de perpetuos inviernos.

En LA CIUDAD DE LA MISMA HORA habría tiempo para todo porque el tiempo no pasaría. Y si alguna vez nos aburriésemos, con sólo apagar los motores, daríamos una vuelta al Sol.

El tiempo: todo locura.

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